¡La pasión pibe, la pasión!

Tengo jóvenes 32 años, pero últimamente siento que me convertí un poco en mi tía Pocha, con los ruleros y todo, diciendo algo así como: “Ay... ¡Qué juventud perdida!” ¿Por qué dice eso, señora? “y... ya no estudian, no leen, se la pasan todo el día vagueando, tomando cerveza y fumando droga”. Bueno, tía, tranquila. No se me emocione que le sube la presión. En realidad, mi preocupación con respecto a la media de pibes de 15 a 24 años actuales pasa por algo mucho más básico; a saber: son total, absoluta y tristemente desapasionados. Por supuesto, no son todos, pero son tantos que ya han sobrepasado la masa crítica para ser considerada una característica de su generación.

¿Piensan que exagero? ¿Ustedes tuvieron últimamente charlas con chicos o chicas de esta franja etaria? Bueno, traten de indagar en algo que los apasione, esas cosas que a la gente de todas las épocas los llevó a desvelarse por un sueño, una fiebre incontrolable, algo que no los deje dormir, que los llene de alegría o de ira o de envidia... ¡O de algo! Pues no hay... no hay pasión, lisa y llanamente. Pregunten, hagan la prueba si se animan ¿Qué te gusta hacer? ¿Ehhhhh? Verán como se dibuja una gran nada en sus rostros.... pasmoso y triste, sí.

Las razones son difíciles de rastrear, podríamos especular con la época en que vivimos. Tanta crisis, guerras absurdas, malestar de la cultura, malos pronósticos para el futuro, la ecología, el petróleo, el terrorismo. También podría ser nuestra sufrida región tercermundista, y dentro de ella nuestro país lleno de recetas imposibles que siempre terminan en desastre, políticos corruptos y oportunidades para irse al tacho en cualquier momento. Podría ser todo eso, pero lo dudo. A los jóvenes de los sesenta tampoco les tocó vivir en el paraíso, sin embargo, para bien o para mal, eran apasionados por lo que hacían y por lo que creían. Hasta el punto que algunos con una ingenuidad supina se les ocurrió que era bueno quitar y ofrecer la vida por ello, desatando olas de apasionada violencia que por supuesto terminó en terror. Ok, la pasión nublo un poco todo por ahí, pero es innegable que había pasión; y esa pasión movilizaba a la gente a hacer cosas, aunque a veces fueran increíblemente estúpidas.

Hoy parece que la pasión está pasada de moda. Nos pasamos el día consumiendo pasivamente información, sin pensar, sin tamizar y sin cuestionar nada. A lo sumo un: “que barbaridad!” (y ahí está de nuevo la tía Pocha). ¿Será este el rol de la gente del futuro? Meros consumidores, ya no solo de bienes materiales sino también de información procesada. La radio, la tele, los jueguitos, y las pelis están tan presentes en el imaginario popular que llegan a dictar cómo se debe pensar, cómo se debe actuar, y por supuesto, a que peronista debemos votar en la próxima elección. Si es así, finalmente los terrores de los autores de la década del cincuenta -que imaginaban el mundo del futuro dominado por grandes corporaciones que imponían su modo de pensar y sentir al resto de la sociedad- se van haciendo realidad, al menos en parte. Lo cual no solo es preocupante, es prácticamente catastrófico para una especie como la humana, que ha llegado hasta este momento histórico movida por la curiosidad, una forma de pasión que nos lleva a preguntarnos más, a conocer el mundo que nos rodea, a arriesgarlo todo por algo que probablemente nos mate, pero la pasión es simplemente incontrolable. En el fondo, eso es lo que nos ha definido como ser humano.

Hoy los grandes sueños, si es que los hay, es “ser famoso”. Lo cuál no tiene nada de malo pero la pregunta del millón es ¿Cómo? ¿Haciendo qué? “Y... yo toco la guitarra...”, dice uno mientras elige un emoticón de guitarrita en el Messenger (“uhh... alta viola”). ¡Buenísimo, encontramos un apasionado! Pero... ¿y la guitarra? “se me rompió hace un año, la tengo que llevar a arreglar” Uff, casi... Nos vamos, conteniendo el impulso de decirle algo hiriente que probablemente tampoco le importe. Pareciera que la esperanza, si es que queda alguna, es ser famoso pero al estilo “reality-show”. Una fama gratuita, vacía, y por la cual no hay que dar nada a cambio. También efímera y sin sentido, pero eso no importa; la fantasía es ser famoso y nada más. Pero muchachos, tengo una mala noticia: la fama cuesta. La fama cuesta trabajo, tiempo, angustia, miedo y muchas ganas. Todos “los famosos”, en cualquier especialidad, han puesto una ardorosa, casi enfermiza pasión en lo que hicieron. Los músicos se han colgado un instrumento durante horas y han ensayado hasta que les salieron callos, los científicos se quedaron días sin dormir para hacer un experimento o para dar con una fórmula huidiza, los actores han caminado y tocado puertas hasta el hartazgo, han llorado y reído explorando sus emociones más profundas para transmitir eso en sus obras. Tomemos el ejemplo de Guillermo Vilas. Este campeón de tenis argentino de la década del 70, comenzaba su día de entrenamiento haciendo un círculo de tiza en la pared y le pegaba con la pelotita hasta que lo borraba... como se pueden imaginar, no era nada fácil, pero así es cómo una persona normal, con algo de talento y bastante pasión, se convierte en un campeón. Muchas veces el sacrificio los ha llevado ha dejar familia, amigos, o incluso a poner en juego su vida o su equilibrio psicológico arrebatados por la obsesión de lograr la perfección o de ser el mejor. Sería bueno que a cada pibe, antes de anotarse en “Sea el próximo ñato de la Tele”, le dieran un resumen de las vidas de los grandes artistas, músicos, científicos o empresarios que han llegado a la fama. Ninguno de ellos pensó nunca en internarse dos meses en un estudio de televisión; todos tenían cosas mucho más apasionantes para hacer.
Es difícil imaginar a la humanidad sin pasión. Yendo y viniendo apesadumbradamente de su trabajo a la casa, o al boliche, o a donde sea con la misma cara de poker. Supongo que algo pasará que los hará despertar de esta siesta. Porque transitar por la existencia renunciando a lo que nos hace humanos, renunciando a la voluntad de algún día cumplir los sueños aunque sean una quimera, es simplemente desperdiciar la vida. Y esa, creo, es una de las tragedias de nuestros tiempos.

Comentarios

Juan dijo…
Hola, la verdad tenés toda la razón. Yo mismo lo experimento con una de mis hermanas y la gente que me rodea. No saben que hacer, ni que van a estudiar ni nada. Solo piensan en sacarse fotos y subirlas a su fotolog. Estoy bastante indignado con este tema de las tribus urbanas, que no se basan en ninguna ideologia razonable (flogers,emos,etc.). Creo que la generación Y está desorientada. Post's como éstos ayudan a que la juentud reaccione. Saludos! Y la pasión pibe! la pasión!.
Diego Cofré dijo…
Juan, a veces creo que me pasé de rosca con este post, ya que todos durante nuestra adolescencia fuimos un poco desganados. Por eso me tranquiliza que vos -siendo parte de esta generación- también lo hayas notado. Uff, no soy mi tía Pocha... ;-)

Gracias por tu comentario. Saludos.